La bacteria

Hace mucho tiempo que esta molestia no me deja dormir por la noche. No es un dolor bien localizado: es más como un picor, un hormigueo que se extiende a cada punto de mi citoplasma. Debería ir al doctor, pero es imposible: hoy en día, nadie ha inventado todavía las licenciaturas en medicina. Hoy en día, en este universo sólo existimos nosotros, pequeños seres microscópicos de las formas más variadas.

Por cierto... El océano en el que vivimos está poblado también por iones, átomos y moléculas más o menos grandes. Pero sin duda nosotros somos los más chulos. Nosotras bacterias, con nuestras membranas de fosfolípidos y nuestros flagelos, somos los dueños del mundo! Nosotros somos los dueños del mundo y no hay nada que nos pueda superar! Bueno ... Quizás si excluimos este hormigueo que cada día afecta a más y más organismos. Ahora somos muchos los que pasamos las noches cuestionándonos acerca del cómo y del por qué, sin cerrar los ojos ni un momento. Y no hace falta ningún médico para entender que nuestro dolor es causado por un flujo incesante de incertidumbres. Ya nos hemos dado cuenta de que somos muchos los que dudamos de las Verdades que se transmiten de generación en generación y que ya han obtenido la V mayúscula.

Bueno... Debo admitir que, a pesar de las dudas, las preguntas, las cuestiones que nos atosigan, hay ciertas Verdades que aceptamos sin problemas. Por ejemplo, cuando hablamos del ácido desoxirribonucleico (o ADN, si usted prefiere), por raro que parezca todos estamos de acuerdo. Estamos conformes con que una molécula muy grande, compuesta por una larga serie de nucleótidos, pase sus días nadando en nuestro citoplasma. Es una molécula extraña, este ADN: viviendo sola en el mundo de hoy no tendría ninguna esperanza de sobrevivir. Si viviera rodeada del agua del mar y expuesta a este terrible calor y a las radiaciones, los débiles puentes de hidrógeno que juntan sus nucleótidos se desharían en un momento. En cambio, protegida por nuestra membrana es capaz de encontrar un nicho fresco y seguro que le permite una vida larga y feliz.
De todos modos, reconozco también que nosotros sacamos nuestras ventajas ofreciendo comida y alojamiento al ADN. De hecho, todos los nucleótidos de esta larga cadena tienen una base nitrogenada, cuya secuencia puede proporcionar, a través de un código muy especial y totalmente incomprensible para nosotros, las informaciones correctas a todas las partes de nuestra célula.
Es el ADN quien le dice a la célula cómo metabolizar las sustancias que tragamos, permitiéndonos producir energía. Es el ADN quien, cuando el ambiente a nuestro alrededor comienza a aburrirnos, le dice al flagelo que se mueva y nosotros podemos ir a donde nos dé la gana. Es el ADN quien, cuando llega el momento, nos ordena estirarnos más y más, hasta dividirnos en dos partes y crear, de esta manera, una nueva vida. Es él quien nos dice qué hacer para ser, además de dueños del mundo, seres vivos.

De acuerdo... No estoy diciendo nada nuevo: la existencia del ADN se descubrió hace ya mucho tiempo. Más bien, aprovecho esta oportunidad para agradecer a nuestros progenitores que nos hayan transmitido los conocimientos necesarios para aprovechar al máximo todos los beneficios que la información genética nos proporciona.
Sin embargo, a mí y a muchas otras bacterias, escépticos e insomnes, quizás nos gustaría pedir ciertas aclaraciones a nuestros antepasados. Porque parece que esta transmisión de conocimientos haya sobrepasado ya su límite. Nos preguntamos si no estamos frente a un verdadero adoctrinamiento. Cada uno de nosotros, de niño, se divierte escuchando historias sobre las propiedades mágicas del ADN; pero todas estas historias siempre terminan con la misma enseñanza. Siempre concluyen con una especie de principio moral, según el cual cada una de nuestras acciones debe ser dirigida a preservar la existencia de nuestra tan importante conquista.
Y aquí está la primera pregunta: ¿el ADN y la vida son realmente una conquista? ¿Han luchado, combatido y sufrido realmente por todo esto, nuestros mayores? O todavía más, ¿la primera bacteria que existió en la Tierra abarcó por casualidad, cerrando su propia membrana en torno a sí misma, unos cuantos nucleótidos, dando lugar de esta manera a los seres vivos? Y si todo esto nace por puro azar, ¿qué sentido tiene entonces esta lucha feroz por la preservación de la vida?
¿No os parece extraño que se le dé tanta importancia a una información expresada en un código que ni siquiera podemos descifrar? ¿Es que tal vez sólo en esta lengua extraña se puede dar una definición clara de "vida"? ¿Cuándo comienza? ¿Cuándo termina? ¿Cómo? ¿Y por qué?
Además, sin saber todas estas cosas, ¿cómo debemos comportarnos con los organismos que metabolizan y respiran, pero no se mueven, no se reproducen, no comunican? ¿Están vivos o muertos? ¿Tiene sentido hacer esfuerzos y sacrificios para que estas células más vulnerables puedan seguir existiendo? Si todo nace por casualidad, ¿no sería mejor dejar que la misma casualidad cumpla otra vez con su tarea? ¿No sería mejor dejarlos morir esperando que lo que deja un cuerpo que se va pueda ser usado para hacer más feliz la vida de alguien más?
Pero en este caso, ¿quién podría asumir el derecho a decidir que la vida de otro no tiene más razón de ser vivida? ¿Hemos llegado ya al punto en que tenemos que inventar el título de médico para crear organismos que tengan este privilegio?

¡Ay! ... Mi dolor se ha vuelto insoportable... Tal vez es hora de parar con todas estas preguntas ... Tal vez ahora soy yo la única cosa que es realmente insoportable...
Sin embargo, antes de ir a la cama con la vana esperanza de descansar, os planteo una última pregunta: nuestra vida es realmente tan importante, o somos nosotros los que, esforzándonos encarnizadamente contra la muerte, la hacemos así?

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